Conspiración silenciosa
Texto: María Elena Ortega
Tenía poco de haber ingresado a nuestro círculo de lectura y casi siempre llegaba tarde, desviando nuestra atención con su ruidosa forma al entrar. A veces, mientras leíamos, movía las piernas con nerviosismo y se rascaba un brazo con ansiedad. También, nos parecía muy extraño que abandonara la reunión antes de concluir los comentarios. Parecía que huía de alguien, de algo o de todas. A pesar de que Silvia no nos simpatizaba, aceptamos ir a la visita que logró conseguir para entrar a “La casa del bosque”, lugar en el que una de nuestras autoras favoritas se había inspirado para escribir gran parte de sus poemas. El día de la cita, Silvia también llegó tarde. Con voz temblorosa y un visible moretón en la mejilla nos dijo que no podría acompañarnos, porque la habían asaltado. El dinero que le dimos para sobornar al vigilante de la casa se lo habían quitado. Aún se notaba asustada, miraba hacía todos lados como si alguien le siguiera. Sin decir más, se fue de prisa. La vimos detener un taxi, también vimos cuando apareció su marido, se la llevó a golpes hasta su auto. Creo que, como aun nos sentíamos molestas por el malogrado paseo, no hicimos nada, no intervenimos, no gritamos, ¡no la salvamos! Al día siguiente, supimos que la tarde anterior, el río que atraviesa el bosque corrió violento, y que el estruendo del agua al bajar por la cascada sonó mortal. Silvia…no volvió a tener prisa.