Y la culpa no era mía

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Texto: Keila Itzel Rodríguez Peña 

No, ella no se lo buscó, tampoco fue su ropa, la hora o el lugar; tampoco es que estuviera en edad, ni mucho menos que lo provocara, y sí, tuvo miedo al pedir ayuda, sí, se paralizó y no pudo hablar, sí, pensó que podía salir, no, no fue su culpa. La culpa es del agresor, depredador, violador, feminicida, es su responsabilidad.

La violencia de género se presenta en tantas maneras que ya no se sabe por donde frenarla: educación, leyes, intervenciones; violencia familiar, violencia económica, violencia psicológica, violencia digital, violencia política, violencia física, violencia emocional… toma una y prepárate para caer en un torbellino de excusas para quien la comete. ¿Qué solución hay si un policía acepta cuatro mil pesos para ocultar un feminicidio? ¿Qué se debe creer si en un hospital se le llama “muerte cerebral por una malformación de nacimiento” a la muerte provocada por golpes? ¿Qué justicia se puede esperar de quienes cubren, omiten o ignoran a las víctimas? ¿Qué hacer cuando la revictimización proviene de quienes debieren frenar el acoso? 

Colectivos, organizaciones y sororidad han sido la respuesta ante el sentimiento de impotencia, conectividad cuando la soledad llena el desamparo: es un “yo sí te creo”, un “yo también”, un “no estás sola”, un “hasta encontrarte”, un “será ley”; porque el estado ha fallado, la sociedad ha fallado, por eso se alza la voz, se pide por cada una de las desaparecidas, se cuelgan tendederos, se exhiben violentadores, se promueven leyes con nombres que representan casos donde todo lo demás ha fallado. 

Se necesita un ajuste, un cambio en la mentalidad para que la normalización en la que nos hemos hundido pare, comprender que la culpa del feminicidio, violación, agresión o misoginia radica en quien lo comete.

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