Violencia ácida: una marca de por vida 

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La violencia ácida es una de las formas más brutales de agresión, dejando a sus víctimas, en su mayoría mujeres, con cicatrices físicas, emocionales y psicológicas que duran toda la vida.  

Este tipo de violencia es un recordatorio constante del ataque que sufrieron, afectando cada aspecto de sus vidas. 

Efectos físicos 

Las quemaduras de ácido o sustancias corrosivas pueden destruir la piel, los tejidos e incluso los huesos.  

Las víctimas sufren un dolor insoportable y, en muchos casos, deben someterse a múltiples cirugías reconstructivas para reparar el daño.  

La desfiguración facial es común, lo que no solo afecta la apariencia física sino también la capacidad de funciones básicas como respirar, hablar, oír y ver. 

Ataques con ácido pueden llevar a la muerte. 

Efectos psicológicos 

El impacto psicológico de la violencia con ácido es igualmente devastador.  

Muchas víctimas desarrollan trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión y ansiedad.  

Las cicatrices visibles pueden llevar a las víctimas a experimentar vergüenza, pérdida de autoestima y aislamiento social, ya que enfrentan miradas, comentarios y estigmatización en la sociedad. 

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Los comentarios malintencionados y revictimizantes son otro motivo por el que las víctimas de violencia ácida se ven segregadas. 

Efectos sociales y económicos 

La reintegración de las víctimas de ataques con ácido en la sociedad puede ser extremadamente difícil.  

El estigma asociado a las cicatrices puede afectar las oportunidades de empleo y educación, dejando a las víctimas en una posición vulnerable y dependiente.  

Muchas y muchos sobrevivientes enfrentan discriminación, falta de acceso a servicios básicos y dificultades para encontrar apoyo en sus comunidades. 

Además del impacto personal, la agresión supone un gasto económico considerable para las víctimas.  

Los costos médicos de tratamientos que aminoren el dolor o les ayuden en malestares consecuentes del ataque no siempre pueden ser cubiertos. 

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La posibilidad de cirugías reconstructivas, medicamentos, tratamientos psicológicos y otros gastos médicos puede ser abrumador.  

Muchas víctimas no cuentan con los recursos financieros para cubrir estos gastos, lo que agrava aún más su situación. 

¿Y la justicia? 

A pesar de la gravedad del crimen, muchas víctimas de violencia ácida enfrentan grandes obstáculos en su búsqueda de justicia.  

La impunidad es un problema serio, ya que los agresores a menudo no son castigados adecuadamente, lo que envía un mensaje de tolerancia hacia este tipo de violencia.  

La falta de leyes estrictas y efectivas agrava la situación, dejando a las víctimas sin la protección y el apoyo que necesitan. 

En México, se han tomado medidas legislativas para combatir este tipo de violencia.  

La “Ley Malena“, aprobada en 2021, establece penas más severas para los agresores y busca garantizar la atención médica y psicológica de las víctimas.  

En el estado de Hidalgo, se promulgó la “Ley Leslie” en honor a Leslie Pérez, una sobreviviente de ataque con ácido; esta ley específica tipifica el delito de violencia ácida y refuerza la protección legal para las víctimas. 

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Pero aún nos enfrentamos a una justicia inaccesible, la liberación de los agresores de la saxofonista y activista, Elena Ríos, ha dejado entre ver que la justicia puede ser negada, pese a todas las pruebas que se proporcionen para alcanzarla. 

La violencia ácida es una violación de los derechos humanos que deja a las víctimas con un sufrimiento prolongado y multidimensional.  

Reconocer la gravedad de este crimen, trabajar para prevenirlo, apoyar a las víctimas, asegurar que se haga justicia, implementación de leyes estrictas, campañas de concientización y programas de apoyo a las víctimas son pasos esenciales para combatir esta forma de violencia y ayudar a las víctimas y sobrevivientes a reconstruir sus vidas. 

Por Keila Itzel Rodríguez Peña

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