Aroma maldito

Revista Alas Mujeres

Texto: María Elena Ortega

La tarde ya empezaba a cubrirse con el velo helado del otoño. Los ladridos de un perro se mezclaban con el llanto de un bebé. Cerré la ventana. Un recuerdo de mi infancia vino con el viento. Estábamos mis hermanos y yo, sentados alrededor de la mesa de la cocina, mientras mamá le ponía nata y azúcar a los bolillos duros, antes de ponerlos a tostar.

—Aaah, el dulce olor quemado es como el que usan las brujas para hechizar a los hombres. —Empezó a contar mamá, mientras esparcía el humo con las manos— Le pasó a Chemo. ¿Se acuerdan?, era el muchacho que vivía en el departamento tres. Una noche, salió muy tarde de la tienda donde trabajaba. Como ya no había transporte, caminó. Era más fácil llegar a su casa si cruzaba por el barrio de la vieja Mina del Rosario. Iba de prisa, sentía que así, el sonido de sus pasos le abrían un camino menos solitario. De pronto, percibió el olor dulce y un susurro acarició sus oídos impregnándolo de una feliz calma. Pensó con temor en la leyenda de la mujer que se aparece cerca de la mina. No debía voltear, lo sabía, porque si volteaba y la veía, quedaría hechizado ante su radiante belleza. Ya bajo su dominio, ella se convertía en Tilcuate y le ordenaría que robara un niño. Se los comía para mantener vivo su poder

—Eso no es cierto, mamá. —Protesté, pero quería seguir escuchando, porque el miedo, me daba un cierto placer. Y continuó contando mamá.

—Chemo seguía repitiendo: ¡No voltees, no voltees! Pero el aroma seguía impregnando el aire y la voz melosa llamándolo…

—¿Y volteó? —Grité.

—No lo sé: jamás lo volvimos a ver.

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