Memoria y grito por las que no lo lograron

Ellas Dicen

En cada rincón del mundo, las cifras y los rostros se acumulan como un grito ahogado que se niega a ser ignorado: la violencia contra las mujeres.

Víctimas de feminicidio y violencia de género no son sólo estadísticas: son hijas, madres, amigas, soñadoras cuyas vidas fueron brutalmente arrebatadas.

El feminicidio es una realidad devastadora que atraviesa continentes y culturas.

Según datos de la ONU, cada hora, al menos cinco mujeres o niñas son asesinadas en el mundo por personas de su entorno cercano.

En América Latina, México destaca como uno de los países más golpeados: en 2023, se reportaron más de 900 feminicidios, aunque los colectivos feministas denuncian que la cifra real podría ser aún mayor debido a la falta de investigaciones con perspectiva de género.

Sin embargo, más allá de los números está la impunidad, una sombra que deja sin justicia a familias.

Más del 90% de los casos de feminicidio quedan sin resolución en países como México, lo que perpetúa un ciclo de violencia y desamparo.

Las voces que resisten

Las madres buscadoras, los colectivos feministas y los movimientos sociales han tomado las calles y las redes sociales, exigiendo justicia, protección y memoria.

Frases como “¡Ni una más!” o “Vivas nos queremos” resuenan en cada marcha, convirtiendo el dolor en acción.

Las organizaciones luchan por justicia legal, por la visibilización de las vidas de las mujeres; las paredes llenas de nombres, fotografías y cruces rosas son un recordatorio de lo perdido, un testimonio de lo que no se puede permitir que continúe.

Recordar a las víctimas no es suficiente si no se acompaña de acciones concretas.

Exigir políticas públicas efectivas, mayor inversión en refugios para mujeres en situación de violencia y campañas de educación son pasos necesarios para construir un cambio sostenible.

No podemos permitir que sus nombres se pierdan en el olvido.

En sus ausencias vive nuestra lucha, y en nuestras voces, su justicia. Por ellas, ni un paso atrás.

Por Keila Itzel Rodríguez Peña

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