La indiferencia cómplice de la violencia

Ellas Dicen

En cada esquina, en cada hogar y en cada espacio público, la violencia de género se manifiesta de maneras tan cotidianas que, a menudo, se diluye en la rutina.

Aunque las cifras son alarmantes —en México, diez mujeres son asesinadas diariamente, según ONU Mujeres—, la reacción social sigue siendo insuficiente.

Más allá de los actos directos de violencia, la indiferencia se erige como una cómplice silenciosa que perpetúa el ciclo de abuso.

La normalización del maltrato

Comentarios despectivos, bromas sexistas y la objetificación constante son apenas la punta del iceberg.

Estos actos, que muchos consideran “inofensivos“, contribuyen a crear un ambiente donde la violencia grave es el paso lógico siguiente.

Los agresores encuentran terreno fértil en una sociedad que, aunque repudia los actos extremos, no condena los microactos que los preceden.

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Esta indiferencia no siempre es pasiva; se manifiesta cuando testigos de un acto de acoso optan por mirar hacia otro lado o cuando las instituciones minimizan las denuncias de violencia.

Incluso se encuentra en los discursos que justifican el abuso con frases como “¿Qué hizo para provocarlo?” o “Es su vida privada”.

La violencia de género no es un problema exclusivo de las mujeres.

Requiere un replanteamiento profundo de las dinámicas sociales y la forma en que se educa a las personas.

El silencio y la inacción de quienes observan son piezas clave en la perpetuación del problema.

En el transporte público, en los espacios laborales o incluso en las reuniones familiares, cada mirada desviada y cada excusa son contribuciones al problema.

¿Qué hacemos frente a la indiferencia?

La erradicación de esta complicidad comienza con algo tan básico como la empatía activa: escuchar, validar y actuar.

Iniciativas como la implementación de programas educativos que promuevan la igualdad de género, la formación de redes de apoyo comunitarias y la exigencia de respuestas contundentes por parte de las autoridades son pasos esenciales.

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Sin embargo, lo más importante es que cada individuo se comprometa a no ser indiferente.

El cambio no radica sólo en grandes políticas, se encuentra en las acciones diarias: no reír ante un chiste misógino, intervenir cuando alguien es acosado, exigir justicia para las víctimas.

La violencia de género no es un acto aislado; es el resultado de un sistema en el que la indiferencia tiene un papel protagónico.

Si queremos un cambio es momento de romper el silencio y enfrentar el problema con decisión.

Por Keila Itzel Rodríguez Peña

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