Silencio familiar: pacto patriarcal
En muchas familias, los abusos sexuales cometidos por un miembro hacia otro permanecen envueltos en un silencio opresivo, sostenido por dinámicas de poder y lealtades tóxicas.
Este silencio no es casual ni inocente: responde a un pacto patriarcal que prioriza la imagen, el control y la “unidad” familiar sobre el bienestar de la víctima.
La narrativa comienza cuando la víctima, muchas veces una niña, un niño o una mujer joven, encuentra el valor para denunciar.
Sin embargo, en lugar de hallar apoyo, se enfrenta a una respuesta que descalifica su testimonio: “No digas nada, vas a destruir a la familia”, “No exageres, él no es así”, o incluso “Fue tu culpa”.
Este mensaje protege al agresor y castiga a quien busca justicia, reforzando la idea de que la violencia puede ser normalizada o ignorada si ocurre dentro de los muros del hogar.
La presión para callar se convierte en una forma de revictimización.
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En estas dinámicas, el perpetrador no solo se beneficia del silencio, sino que lo utiliza como una herramienta de impunidad.
Mientras tanto, las familias construyen un muro de complicidad alrededor del agresor, a menudo motivado por el miedo al escándalo, la vergüenza o la creencia de que “la ropa sucia se lava en casa”.
Psicólogos y especialistas en género advierten que este silencio tiene consecuencias devastadoras para las víctimas.
Al no ser escuchadas ni protegidas, desarrollan heridas psicológicas profundas que incluyen trastorno de estrés postraumático, depresión, ansiedad y sentimientos de culpa que pueden persistir durante toda su vida.
El pacto patriarcal también refleja las jerarquías de poder dentro de la familia, donde la figura masculina suele ocupar una posición intocable.
En este esquema, el abuso no se percibe como un crimen sino como un “error” que puede ser perdonado o ignorado.
En cambio, la víctima es vista como una amenaza a la estabilidad familiar por atreverse a romper el silencio.
Abordar este problema requiere una transformación profunda.
Implica educar a las familias sobre el impacto de la violencia sexual, romper tabúes culturales y, sobre todo, garantizar espacios seguros para que las víctimas hablen sin miedo a represalias.
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Asimismo, es necesario desmantelar las ideas patriarcales que colocan el “honor” y la “unidad familiar” por encima de la justicia y el bienestar de quienes han sufrido abusos.
El silencio familiar no es neutral; es una herramienta de control que perpetúa la violencia y protege al agresor; romperlo es un acto de resistencia, es el primer paso hacia la construcción de familias donde la seguridad y el respeto sean el verdadero cimiento.
Por Keila Itzel Rodríguez Peña