Bélgica, condenada por crímenes de lesa humanidad contra niños metis

Ellas Dicen

Víctimas del colonialismo belga exigen justicia tras décadas de silencio.

La historia de Jacqui Goegebeur es solo una de las miles que evidencian el trauma y la injusticia que sufrieron los niños y niñas metis, aquellos de origen afroeuropeo, durante el gobierno colonial belga en Ruanda, Burundi y el Congo.

A los tres años, Jacqui fue secuestrada, separada de su madre y enviada a vivir con desconocidos en Bélgica. Como ella, muchos otros menores fueron víctimas de una política sistemática de desarraigo y racismo, impulsada por las autoridades coloniales.

Setenta años después, en un fallo histórico, el Tribunal de Apelación de Bruselas declaró a Bélgica responsable de crímenes de lesa humanidad por estos actos.

La sentencia, emitida en diciembre de 2024, ordena al Estado belga indemnizar a las víctimas por el daño moral que sufrieron al perder la conexión con sus familias y su identidad.

Un pasado de dolor y segregación

La política colonial belga impuso una estricta segregación racial en sus colonias y prohibió los matrimonios interraciales.

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Los niños y niñas metis, considerados una amenaza para el orden supremacista blanco, fueron arrebatados de sus madres africanas y enviados a instituciones o al extranjero. No hubo consentimiento ni aviso a las familias.

“Ni siquiera le dijeron a mi madre que mi hermano había sido llevado a un internado en Kigali. Cuando ella intentó recuperarlo, le soltaron a los perros”, relata Jacqui.

A los tres años, ella y su hermana también fueron separadas. Tras un tiempo en un centro de menores mestizos, Jacqui fue enviada a vivir con una familia adoptiva en la costa belga, mientras que su hermana fue trasladada a otra ciudad.

“Siempre separaban a los hermanos. Creces con una idea equivocada sobre tu familia, sin saber cómo sentirte respecto a ella”, señala.

La lucha por la verdad y la justicia

Jacqui creció en Bélgica enfrentando discriminación y abandono. A los 21 años, utilizó una herencia paterna para viajar a Ruanda en busca de su madre, pero la reunión estuvo marcada por el dolor y la desconfianza.

“Lamento muchísimo haberme marchado, pero es algo con lo que tengo que vivir”, confiesa.

Con el tiempo, se convirtió en activista, ayudando a crear refugios para mujeres y promoviendo el acceso a archivos históricos que permitieran conocer la verdad sobre el secuestro de niños metis.

Su trabajo, junto a otros afectados, llevó al gobierno belga a emitir una disculpa formal, aunque las víctimas aún exigen reparaciones y acciones concretas.

“No hay justificación para secuestrar a una niña y enviarla a vivir con desconocidos en el extranjero. Es un crimen”, afirma Jacqui.

El fallo del Tribunal de Apelación de Bruselas marca un hito en la lucha por el reconocimiento de estos crímenes.

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Aunque Bélgica ha admitido su responsabilidad, muchos de los niños y niñas metis que sobrevivieron ya superan los 70 años, y el tiempo para hacer justicia se agota.

Organizaciones como African Futures Lab y Amnistía Internacional continúan apoyando a las víctimas en su búsqueda de verdad y reparación. Sin embargo, la lucha es desigual. “Es difícil seguir adelante, pero nuestras historias deben ser contadas”, concluye Jacqui.

La deportación sistemática de niños metis fue una de las muchas atrocidades del colonialismo belga, cuyas secuelas persisten en las víctimas y sus descendientes.

Mientras el mundo avanza en la revisión de su pasado colonial, historias como la de Jacqui Goegebeur recuerdan que la justicia, aunque tardía, sigue siendo una deuda pendiente.

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