Mujeres con Alas: Irma Campos Madrigal

Ellas Dicen

Por generaciones, el nombre de Irma Campos Madrigal resuena en los movimientos feministas del norte del país.

Originaria de Parral, nacida en 1945, hija de un masón liberal y una testiga de Jehová que se volvió librepensadora tras ser perseguida por su fe, Irma creció en un hogar donde la libertad de pensamiento y la equidad no eran discursos, sino práctica cotidiana.

Ese ambiente sembró en ella una rebeldía lúcida, una voluntad de debate que se encendió desde su niñez.

Alegar desde niña

“Todo alegaba”, recordaba su familia con una mezcla de cariño y resignación. Desde muy pequeña, Irma sabía que quería ser abogada. Lo dijo un día en casa, con una convicción tan firme que nadie se atrevió a cuestionarla. Y lo fue.

No sólo abogada, sino una de las figuras más activas y emblemáticas en la lucha por los derechos de las mujeres en Chihuahua.

En la Universidad Autónoma de Chihuahua fundó, junto con otras compañeras, la asociación estudiantil de mujeres Rosa Luxemburgo. Desde entonces, su compromiso con la justicia y la equidad no se detuvo.

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Fue parte del movimiento universitario, militante en grupos de izquierda como “Los Nachos”, e impulsora incansable del feminismo cuando ser feminista era todavía más difícil.

Sindicalista

Durante los años 80, asesoró a trabajadores en huelga y propuso que las esposas de los obreros fueran reconocidas como copropietarias de los bienes sindicales.

Su idea fue resistida al principio, pero años después, muchas viudas siguen recibiendo beneficios gracias a esa propuesta. Irma no pensaba en “el deber ser” legal desde un escritorio: lo vivía en la calle, en el territorio, en los conflictos.

Grupo 8 de Marzo

En 1990 fundó, junto a otras feministas, el Grupo 8 de Marzo de Chihuahua, pionero en visibilizar los feminicidios de Ciudad Juárez.

No fue una organización más. Desde ahí, empujaron leyes, exigieron justicia y señalaron las omisiones del Estado cuando nadie hablaba de violencia de género.

Eran mujeres valientes, pero sobre todo organizadas, conscientes de que la rabia sin estrategia puede perderse en el ruido.

Irma era frontal, sin rodeos. No buscaba agradar. No temía incomodar. Rechazaba que las feministas tuvieran que aclarar que no odian a los hombres. “Hay hombres que merecen el desprecio social, pero no todos”, decía.

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Y al mismo tiempo, defendía el derecho a vivir en pareja con claridad y respeto: “Si desde el principio le dices: soy feminista y me tienes que respetar, se va educando”, solía bromear.

Luchó por leyes, por representación política, por educación, por derechos laborales y por romper techos de cristal. Celebraba cada avance legal, pero era firme en recordar que nada sirve si no se exige su cumplimiento.

Irma sabía que el feminismo debía heredarse. Soñaba con trabajar con abuelas, sensibilizarlas para que educaran a sus hijas, nietas y bisnietas en la equidad.

Para ella, la lucha no tenía edad ni etapa final. Incluso con la salud quebrantada, seguía planeando proyectos.

Últimos años

El 25 de noviembre de 2008, recibió el Premio María Luisa Reynoso, otorgado por el Instituto Chihuahuense de la Mujer. Aquel reconocimiento llegó en el Día Internacional para Erradicar la Violencia contra las Mujeres, y aunque lo recibió con alegría, no dejó de aprovechar el momento para seguir hablando de todo lo que faltaba.

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Irma Campos murió el 22 de noviembre de 2009. Pero su voz, sus palabras, su ejemplo y sus batallas siguen marcando el camino de muchas mujeres que hoy estudian, litigan, marchan, y se atreven a hablar fuerte.

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